1 Juan 3:1 Mirad*~ cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él.
Es extraño que se necesite un mandamiento para “mirar” las manifestaciones del amor del Padre, y luego no olvidarlas.
El aoristo imperativo significa literalmente, “inmediatamente decidirse a mirar fijamente a”; y metafóricamente, “prestar atención, percibir, o familiarizarse experimentándolo”. El amor del Padre por nosotros debe estar siempre presente en nuestras mentes. Debe volverse suficiente para nosotros. Debe llenar nuestras almas.
Juan acabó de explicar cómo se debe ver la realidad del nuevo nacimiento y nos ordena meditar en la grandeza del amor de Dios.
El enfoque específico del amor de Dios es que Él ha decidido, por gracia, llamarnos Sus “hijos” (lit. “auténticos descendientes”). El privilegio de pertenecer a una familia real terrenal no es nada comparado con ser parte de la familia de Dios. De acuerdo con Juan 1:12 Dios, por su gracia, decidió llamarnos Sus “hijos”.
La expresión “cual amor” traduce una palabra que significa, “cuán grande, algo más allá de lo que alguna vez se haya experimentado”. ¿Cómo podía el Dios santo y majestuoso de toda creación acoger en Su familia al más vil de los pecadores (yo), que ha hecho todo lo que Él aborrece?
Nunca podremos imaginar cuánto Dios afligió a Su Hijo en la cruz, para poder ser justo en perdonarnos. Solo podemos maravillarnos porque Él estuvo dispuesto a permitir que Su Hijo sufra de maneras tan crueles a fin de aceptarnos como Sus hijos y al mismo tiempo ser justo.
Juan advierte que no concluyamos equivocadamente. Este privilegio no significa que seremos tratados como realeza en esta vida. No deberíamos esperar un trato diferente al que recibió Su Hijo, Jesús, en este mundo que “no le conoció a él”.
Ahora somos tan diferentes del mundo, así como Él lo fue. Al mundo no le interesa conocer a Cristo como el Hijo de Dios, así que los creyentes no pueden esperar que el mundo entienda su relación especial de hijos con Dios. Cuando el mundo incrédulo nos persigue por Su nombre, es porque no tenemos vergüenza de identificarnos con Él. Dios está con nosotros en todo momento y promete hacer que esa persecución valga la pena por toda la eternidad.
Nuestro valor personal no proviene de la aceptación del mundo; viene de la seguridad de que Dios nos ha recibido en Su familia como Sus hijos amados. ¿Es esto suficiente para satisfacer este momento las necesidades de tu corazón?
“Señor, nada en esta vida se compara con saber que en Tus ojos soy considerado Tu hijo y aceptado para siempre en Tu familia. Gracias.”