Mar. 8:34 “Y llamando a la gente y a sus discípulos, les dijo: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo*~, y tome*~ su cruz, y sígame~~.”
Cuando leo las Escrituras, a veces me pregunto si realmente queremos reconocer a Jesús, y mucho menos seguirle como demandaba.
A pesar de Su popularidad actual, uno debe preguntarse si alguien habrá escuchando lo que Él decía. Nos gusta un Jesús popular, amoroso, comprensivo y perdonador.
Pero cuando Él comienza a hablar acerca de Su propia cruz y acerca de entregar Su vida en beneficio de otros, ¡hasta Pedro le reprendió! (Mr 8:32). ¡Pedro no deseaba seguir a Alguien que quería ser crucificado! Pedro quería gloria, poder, prestigio y control, no una cruz.
Jesús le reprendió severamente diciendo, “¡Aléjate de mí, Satanás! –dijo-. Ves las cosas solamente desde el punto de vista humano, no del punto de vista de Dios” (8:33).
Jesús llamó a todos, y cuando la multitud se reunió Él hizo muy claro el costo del discipulado: “Si alguien quiere ser mi seguidor, inmediatamente él decide negarse a sí mismo de una vez por todas”. No solo estaba corrigiendo a Pedro, sino que hablaba a todos Sus seguidores, de todos los tiempos.
Primero, si tú vas a seguir a Cristo, debes decidir de una vez y para siempre no poner atención a tu propia persona, debes dejar tus intereses y, de hecho, debes ir en contra de tu orgullo o ganancia. ¡Aaaayyyy! ¿Cuándo has dejado algo por Cristo? Pablo escribió, “Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo” (Fil 3:7).
Segundo, era necesario que el discípulo “tome su cruz”. El hombre condenado era forzado a llevar su propia cruz para su ejecución, así como Jesús lo hizo. Pero, lo que el convicto hace por obligación, el discípulo de Cristo lo hace con agrado. Voluntariamente acepta el dolor, la pena, la vergüenza y la persecución que inevitablemente será su destino si permanece siendo leal a Jesús.
Tercero, debe “mantenerse continuamente siguiendo (a Jesús)”. Es decir que tal como Jesús “padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas” (1 P 2:21), debemos mantenernos obedeciendo Sus mandamientos (Juan 15:14) y renunciando a nuestras vidas en beneficio de otros.
Estas tres acciones indican una conversión verdadera y la razón por la cual el poder y la llenura del Espíritu son indispensables. ¿Renunciarás a tu vida para seguir a Cristo?
“Señor, tome mi vida entera. Te entrego todo lo que soy y lo que quiero hacer. Te confío para guíame y proveer lo que necesito mientras que hago tu voluntad.”