Santiago 1:14b-16 “Sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte. Amados hermanos míos, no erréis~|.”
El auto-engaño para el desvío comienza en el corazón y en la mente. “Deseo” significa “lascivia, anhelo, ansia” de algo. Para intensificar la seducción, la mente se dedica a visualizar placenteramente la actividad pecaminosa.
Tal vez no has pensado seriamente en hacer nada aún, pero los deseos atractivos son ahora más placenteros que tu realidad, y miras a Dios como un obstáculo para tu placer. Comienza la apatía. Parece tan privado, inofensivo y secreto.
Esta primera fase de auto-engaño tiene dos síntomas. El primero es un descontento creciente con cualquier situación, posesiones o relación. Junto con esta creciente infelicidad aparece el segundo síntoma que dice: yo me merezco algo mejor. La satisfacción mutua decrece, abundan los argumentos y el desencanto crece.
La segunda es la atracción por los “pastos verdes del otro lado de la cerca”. Comienza a pensar “qué pasaría si”.
La tercera es formular un plan para salirse con la suya cumpliendo su deseo, aunque sea ocasionalmente. Al mismo tiempo, aparece una oportunidad de ser infiel o desleal. La persona ya se ha engañado a sí misma creyendo que esta acción pecaminosa es esencial para su felicidad y que Dios no puede proveerle esa satisfacción.
De hecho, culpa a Dios por sus problemas actuales. El auto-engañado siente que tiene que hacer todo “a su manera” para poder ser feliz.
En este proceso, la cuarta fase es inevitable: Sin tomar en cuenta las consecuencias, advertencias, el dolor de otros, sus deseos egoístas dan a luz una violación de los mandamientos de Dios con sus horribles consecuencias. Nadie puede escaparse de ellas. El pecado nunca satisface.
Siempre vendrán pensamientos tentadores que no estamos forzados a perseguir. La manera de Dios es siempre la mejor. Gracias a Él por Su manera.
“¿Por qué es tan fácil para mí creer que necesito “cosas” o placeres a cualquier costo, o que puedo estar satisfecho solamente si peco secretamente? Soy tan diferente a Ti, Señor. Enséñame a siempre despreciar el pecado y a confiar en Tu palabra como mi guía.”