Ef. 4:30 “Y no contristéis~| al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención.”
¡Imagínate el dolor de Jesús cuando lo llevaron al Sanedrín donde fue injuriado y golpeado por quienes Él vino a salvar! Más doloroso fue cuando salió del Salón de Juicio y, al otro lado del patio, Su amigo y futuro apóstol, Pedro, juró con voz convincente que no sabía nada de este Jesús. “Entonces, vuelto el Señor, miró a Pedro” (Lc 22:61).
El pecado es una ofensa dolorosa para Dios (Salmos 51:4), especialmente cuando Sus hijos, en quienes habita Su Espíritu, no quieren cambiar sus actitudes o antiguos estilos de vida ignorando Sus instrucciones. El Espíritu de Dios “se contrista” porque es una Persona, y muy a menudo Lo ignoramos.
Aquí, los creyentes estaban mintiendo y enojándose mutuamente, robando en lugar de compartir, y hablando palabras dañinas de los demás en lugar de edificarse mutuamente, eso hiere profundamente al Espíritu. El verbo implica que ya estaban haciéndolo y debían “dejar de contristar al Espíritu”.
Uno de los más grandes motivos para aprender los mandamientos de las Escrituras es dejar de contristar al Espíritu Santo que está en nosotros. Cuando decidimos “creer” en el evangelio, fuimos “sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida” (Ef 1:13-14). El Espíritu está sellado en nosotros, independientemente de cuán cómodo Él esté.
Cuando Ananías y su esposa ignoraron al Espíritu fingiendo dar todo, Pedro les preguntó, “Por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo… ¿Por qué pusiste esto en tu corazón? No has mentido a los hombres, sino a Dios”, y “¿Por qué convinisteis en tentar al Espíritu del Señor?” (Hechos 5:3, 4, 9).
Si no obedecemos al Espíritu, solo fingimos que le amamos. Cuando el Espíritu está contristado, nos castiga para enseñarnos a caminar en armonía con Sus valores y principios. Pero aunque esté contristado, nunca nos dejará ni nos abandonará… ¡¡Amén!!
“No puedo imaginar lo difícil que es para Tu Espíritu morar en mí cuando lo hiero y lo entristezco ignorándolo y escuchando a mis intereses más que a los Suyos. Gracias por permanecer en mi vida y por Tu paciencia con mis tropiezos.”