1 Tes. 5:19 “No apaguéis~| al Espíritu.”
Cuando no queremos escuchar lo que alguien dice, no ponemos atención. Este mandamiento habla de cómo responder al ministerio del Espíritu en nuestra vida diaria: “No apagar” lo que el Espíritu dice.
Dios nos permite tener una voluntad libre para escoger obedecerle a Él. Su objetivo es liberarnos: “…somos transformados de gloria en gloria en su misma imagen, por la acción del Espíritu del Señor” (2 Co 3:18). Definiremos esta transformación en los siguientes pasos:
Primero, el Espíritu nos ilumina la palabra de Dios, “Porque para nosotros Dios nos las reveló por medio del Espíritu” (1 Co 2:10). Nos dice, “como bebés recién nacidos, deseen con ganas la leche espiritual pura para que crezcan a una experiencia plena de la salvación” (1 P 2:2).
Apagamos al Espíritu al no guardar este mensaje en nuestros corazones (Sal 119:11), o no permitir que llene nuestra vida (Col 3:16).
Segundo, El Espíritu nos lleva a la intimidad con Dios: “recibieron el Espíritu de Dios cuando él los adoptó como sus propios hijos, ahora lo llamamos ¡Abba, Padre!” (Ro 8:15). Pablo quería “conocerlo a él y el poder de su resurrección, y participar de sus padecimientos hasta llegar a ser semejante a él en su muerte” (Fil 3:10).
Apagamos ese deseo cuando no queremos aceptar el propósito de Dios en nuestras dificultades (Stg 1:2-3, 12); cuando confiamos en nosotros mismos y no buscamos la sabiduría de Dios (Prov 3:5-6); cuando cuestionamos Su voluntad.
Tercero, nos enseña cuál es la voluntad de Dios y nos ayuda a hacerla, “Por tanto no seáis insensatos, sino entendidos de cual sea la voluntad del Señor” (Ef 5:17). “Pondré dentro de vosotros Mi Espíritu, y haré que andéis en Mis estatutos y que guardéis Mis preceptos y los pongáis por obra” (Ez 36:27).
Extinguimos el poder del Espíritu con nuestra voluntad, orgullo, egoísmo, indiferencia y rechazo a obedecer Sus mandamientos, lo cual surge por no confiar en el cuidado de Dios, en Su plan y en Su propósito para nuestras vidas. No permitas que tus decisiones diarias apaguen progresivamente los mandamientos del Espíritu.
“Gracias por Tu Espíritu que está en mí, que me da tal placer cuando camino en obediencia y que me convence cuando desobedezco. ¡Oh, que aprendiera a siempre obedecerte!”