Lucas 3:8, “Haced, pues, frutos*~ dignos de arrepentimiento, y no comencéis a decir dentro de vosotros mismos: ‘Tenemos a Abraham por padre’; porque os digo que ¡Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras!”
Juan el Bautista insistía que aquellos que habían “cambiado su mente” en cuanto a su propia pecaminosidad y querían el perdón de Dios deberían entender que un cambio interno siempre da como resultado un cambio externo.
Una de las formas principales de “probar tu arrepentimiento” es demostrar que Dios vive dentro de ti al mostrar el “fruto del Espíritu”, que es “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio” (Gá 5:22-23).
En Gálatas, Pablo aclara cómo hacerlo práctico. Si “somos de Cristo”, entonces “hemos crucificado la carne con sus pasiones y deseos” (5:24); por lo tanto, nos dice que “no nos hagamos vanagloriosos, irritándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros” (5:25). No deberíamos competir unos con otros para ver quién es más espiritual; sino, más bien, deberíamos siempre demostrar Su amor por la forma como cuidamos de los demás.
Santiago escribió que la fe sin obras es muerta (Stg 2:14-26), por tanto, el arrepentimiento genuino y la fe siempre producen un cambio progresivo cada vez más evidente. A medida que vamos entendiendo la acción y actitudes de Dios hacia nosotros, queremos ser como Él. La conciencia de que Cristo tuvo que derramar Su sangre para perdonarnos, quita la emoción de pecar. El creyente no tiene que tratar de cambiar; el cambio se produce cuando interiormente hemos cambiado.
Los judíos solían, equivocadamente, presumir de tener automáticamente las bendiciones de Dios, sin importar cómo se comportasen, solo debido a que eran descendientes de Abraham. Los creyentes gentiles podríamos presumir que Dios nos ha perdonado porque fuimos bautizados, porque vamos a la iglesia, o porque tenemos padres cristianos, pero continuamos viviendo un tipo de vida carnal, egoísta, egocéntrico.
Dios no se impresiona con una religión superficial, mecánica o ritualista que no cambia el corazón de la persona; Dios busca gente que tiene un compromiso ferviente, apasionado, profundo con Cristo, y que genuinamente desea ser como Él (demostrando el fruto del Espíritu). ¿Sientes tú la convicción del Espíritu cuando pecas? ¿Tienes un deseo interno de cambiar?
El fruto es el resultado del fluir de la fuente de vida de la vid hacia las ramas. Si somos injertados en la Vid de Cristo, Su palabra dará fruto que será inevitable en nuestras vidas.
“Señor, el deseo de mi corazón es mostrar, a todos los que me conocen, el fruto de Cristo viviendo en mi vida. Que Tu presencia sea cada vez más evidente cuando la gente se acerque a mí.”