Mat. 19:14, “Pero Jesús dijo: Dejad a los niños venir *~ a mí, y no se lo impidáis ~|; porque de los tales es el reino de los cielos”.
¡Cuánto amaba Jesús a los niños! Los discípulos reprendían a los padres que traían a sus hijos para que Jesús hablara con ellos y orara por ellos. Tal vez los discípulos pensaron que Jesús era tan importante o tan ocupado para que lo molesten con niños. Pero Jesús les dio órdenes de que “inmediatamente dejen a los niños venir a mí” y “dejen de impedirles”.
Aparentemente, los discípulos se perdieron la lección anterior sobre los niños (Mt 18:2), cuando Él llamó a un niño y dijo: “Si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos”. Luego añadió que la característica que más admira en un niño, es la humildad (18:4), su disposición a confiar en la palabra de Dios, sin cuestionar.
La belleza del Evangelio es que puede ser comprendido perfectamente por niños pequeños. El evangelio no es un misterio reservado para los iniciados, ni es una teoría altamente intelectual que requiere años de investigación. Por el contrario, el evangelio está diseñado para quien desee conocer a Dios y vivir con Él por siempre.
Cuando los niños, o cualquier persona, reconocen primero que han quebrantado Su ley (por ejemplo, “No hablarás contra tu prójimo falso testimonio” o “no mentirás” [9º mandamiento]), comienzan a entender su pecaminosidad –es decir que entienden que no son una “buena persona”. Recién ahí pueden ver su necesidad de perdón. Jesús vino a salvar a los pecadores (1 Tim 1:15), no a aquellos que pensaban que eran buenas personas.
Jesús acepta a quienquiera que busque Su perdón y aceptación, sin importar su edad. Se necesita mucho cuidado y paciencia para asegurarse que la persona entiende bien este principio básico para luego comprometerse sinceramente con Cristo.
Estos “niños” entendían lo suficiente para querer venir a Jesús. Jesús sabía que el futuro de Su Iglesia estaba en las manos de estos pequeños niños. Él también sabía que la receptividad humilde y abierta de ellos era un contraste espantoso frente al terco orgullo de los intelectuales y religiosos que permiten que su educación, orgullo o elegancia anulen la fe sencilla, indispensable para creer en Jesús.
Cualquier persona, de cualquier edad, que venga a Cristo en fe, dispuesto a confiar en lo que sea que Jesús dice, recibe aquí una bienvenida calurosa de Jesús, y más tarde la recibirá en el Reino.
“Señor, como un niño confía en su padre, que mi corazón y mi mente siempre confíen en lo que sea que Tú digas en Tu palabra. Enséñame a obedecerte como un hijo sumiso.”