Ef. 5:5-6, “Porque sabéis [lit, “sepan”] esto, que ningún fornicario, o inmundo, o avaro, que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios. Nadie os engañe~| con palabras vanas, porque por estas cosas viene la ira de Dios sobre los hijos de desobediencia.”
Algunos suponen que la gracia de Dios perdona tanto que pueden pecar sin ningún miedo. Se dicen a sí mismos: “Dios me ama, y nunca me hará daño aunque siga pecando”.
Pablo quería ser muy claro que quien practica la “inmoralidad sexual, impureza (o promiscuidad) y codicia (lujuria, avaricia)” es “un idólatra” que no tiene parte con Cristo en el cielo.
Si el “temor al Señor” es creer que Dios hará exactamente lo que dice en Su palabra, entonces debemos “huir de las pasiones juveniles” (2 Tim 2:22) y “huir de la inmoralidad sexual” (1 Co 6:18). Inclusive hacer bromas acerca de esos pecados puede alentar a participar en ellos (Ef 5:4).
Si conocemos a Dios, nuestra actitud hacia el pecado ha cambiado: “Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad ya los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente.”
Nos ordena que no dejemos que “nadie os engañe con palabras vanas” (Ef 5:6). Intentaban persuadir a los creyentes que no hay consecuencias por participar en prácticas pecaminosas ya que todo será perdonado. Las “palabras vanas” son las que no tienen ninguna verdad. Algunos tienen tanta hambre de experiencias sensuales que se excusan escondiéndose detrás de mentiras.
¿Por qué alguien que conoce la actitud de Dios hacia el pecado quisiera alguna vez unirse en prácticas pecaminosas de pornografía y lujuria de los “hijos de desobediencia”? Cuando Dios los destruya a ellos no vas a querer estar cerca. Estas prácticas autodestructivas y sucias disgustan a Dios. Los “hijos de desobediencia” son “hijos de ira” (Ef 2:2). Previamente practicaban habitualmente esa “oscuridad”, pero ahora son “la luz del Señor”, entonces “caminen como hijos de luz” (5:8).
La evidencia del Espíritu de Dios en un creyente es que el pecado ya no es igual: trae un sentimiento de vergüenza y culpa, cuando antes era un placer. El Espíritu viene a “convencer al mundo de pecado” (Juan 16:8), por lo tanto el creyente no disfruta del pecado como antes. No apaguen la convicción del Espíritu sino arrepiéntanse y tomen acciones para evitar cualquier comportamiento que deshonre a nuestro Salvador.
“El pecado es tan frecuente a mi alrededor que a veces pierdo de vista lo horroroso y ofensivo que es. Enséñame a odiar el pecado como Tú lo haces.”