Enero 3. No seas tan ambicioso.

Santiago 3:1 “Hermanos míos, no os hagáis~| maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación”

De acuerdo a las Escrituras, el primer requisito para ser pastor/anciano/obispo no es sentir un llamado especial, sino un fuerte deseo de hacer el trabajo de pastor o supervisor de otros (1 Tim. 3:1). ¿Por qué podría alguien desear esta posición o ministerio? ¿Acaso desean algunos una posición altamente respetada y honrada de liderazgo solo por razones personales?

En el contexto Judío-Cristiano de la Iglesia Primitiva, al Rabí/Escriba se lo tenía en alta estima, tal es así que muchos lectores conscientes deseaban esa posición y autoridad en la comunidad. Aún Santiago se consideró a sí mismo un maestro en este texto (note el uso de “recibiremos”). Ser considerado para esta clase de servicio era el más alto honor. Inevitablemente muchos deseaban tal prestigio, pero no eran lo suficiente maduros o sabios en su conocimiento de las Escrituras para que se les confíe ese honor.

El mandamiento de pensar dos veces antes de querer ser maestro tiene varias razones. La primera advierte de un escrutinio más severo en su apariencia personal frente al Tribunal de Cristo. Está implícito que el motivo de este juicio es la estricta evaluación al revisar cada doctrina de las iglesias.

El hecho de que iba a ser más severo con los ministerios públicos viene de la responsabilidad adicional de “a quien más se le da, más se le pedirá”. Pablo comentó frecuentemente cómo criticaron sus enseñanzas y cómo él disciplinó su “cuerpo y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado” (1 Cor. 9:27).

Segundo, el medio principal de la comunicación era oral, siendo vital que ellos controlen lo que dicen. Desde esa posición fácilmente podían introducir falsos conceptos, ideas erróneas, temas divisorios, falsas doctrinas o exageraciones que, si se las encontraban, podían traer graves daños a la iglesia.

Ciertos maestros demandaban obediencia a la ley del AT y la circuncisión (Hech. 15:24), lo cual distorsionaba la salvación por sola gracia. Algunos se jactaban de sus habilidades para enseñar mientras ellos vivían una mentira (Rom. 2:17-29); otros enseñaban antes de que ni siquiera ellos mismos supieran algo, solamente repetían lo que habían oído (1 Ti. 1:6-7). Lamentablemente, las iglesias se inclinaban al “comezón de oír” queriendo oír lo que les hacía sentir bien (2 Tim. 4:3), y no eran pocos los maestros engañadores.

La autoridad para enseñar incluye gran responsabilidad. Ya que una obra demuestra las profundidades de la fe de una persona, y las palabras revelan la profundidad de la madurez y sabiduría de una persona. La advertencia es que se limite a aquellos que solo desean destacarse o están entusiasmados por una nueva doctrina (de todas formas, divisiva), y no por la madurez de los demás manifestada en unidad, obediencia y amor de los unos a los otros.

Cuídate de codiciar posición y prestigio. Un maestro ayuda todo el tiempo a conocer la Palabra y caminar en su luz a todos los que están alrededor de él/ella. El ministerio de estar al frente es una pequeña parte de la labor del maestro. El motivo singular es ayudar a otros a conocer la Palabra de Dios y gozarse al vivir en sus verdades. ¿Es esto lo que te motiva?

Salmos 86:11, “Enséñame, oh Jehová, tu camino; caminaré yo en tu verdad; Afirma mi corazón para que tema tu nombre.”

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