Santiago 4:10 “Humillaos*~ delante del Señor, y él os exaltará.”
Algunos rasgos hacen parecer hermosa a una persona, pero ninguno es tan bello como la humildad, ingrediente clave en la vida Cristiana.
Jesús comenzó Su discurso con la primera Bienaventuranza: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mt 5:3). Santiago escribió: “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes” (4:6).
El mandamiento aoristo “humillaos inmediatamente”, significa que urgentemente debes decidir “hacer de ti una prioridad baja en comparación con los demás”. Entendamos algunos aspectos de este mandamiento.
Primero, nuestra humildad viene de sabernos indignos por nuestra naturaleza pecaminosa y nuestras acciones. Cuando Isaías en 6:5 vio la santidad de Dios en el trono, exclamó: “¡Ay de mí! Que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos”.
Segundo, Dios escucha las oraciones de los humildes: “El deseo de los humildes oíste, oh Jehová; Tú dispones su corazón, y haces atento tu oído” (Sal 10:17). El Señor le prometió a Salomón, “Si se humillare mi pueblo… y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra” (2 Cr 7:14).
Tercero, esta promesa es segura: “el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido” (Mt 23:12).
Cuarto, el principio fundamental de la vida Cristiana es demostrar amor el uno para el otro, como dice Filipenses 2:3: “Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo.” La mejor definición para la humildad práctica es considerar a los demás en más alta prioridad que la de nosotros mismos. Tal como responderías rápidamente a la necesidad de un presidente o de un general, la persona humilde siempre responde a las necesidades de quienes están a su alrededor. Esto es lo opuesto a competir con otros para ver quién es más importante, o actuar con ambición egoísta. Pablo describe a una persona humilde así: “no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros” (Fil 2:4). Por tanto, enfocarse en uno mismo, es pecado.
Esta es probablemente la más hermosa característica de nuestro Salvador: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11:29). ¿Cuánto podemos aprender hoy de la actitud de Jesús hacia otros?
“Mi Señor, Tu palabra condena tanto mi orgullo. Ayúdame a valorar a otros más de lo que me valoro a mí mismo.”