Marzo 17. No se quejen los unos de los otros.

Santiago 5:9, “Hermanos, no os quejéis~| unos contra otros, para que no seáis condenados; he aquí, el juez está delante de la puerta.”

Los rezongones y quejumbrosos son malos compañeros. Todos están equivocados excepto ellos. Viven preparando su plan de venganza. El peligro de quejarse es que es contagioso.

Así como el bostezo o toser en un grupo; cuando alguien comienza, todos siguen. El veneno del resentimiento y la amargura se expande como fuego forestal.

Lo que produce “quejarse” (lit. “un suspiro o quejido; reclamo o descontento hacia otra persona, aflicción”) es: resentimiento, envidia y celos. Estas tres son plagas cancerosas y  contagiosas que deben ser quirúrgica o agresivamente extirpadas.

Israel jugó el “juego de las acusaciones”, acusaban a Moisés de haber causado la plaga de la muerte (Núm 16:41), y se quejaban en sus carpas contra Dios: (“el Señor nos odia”). Israel nunca aprendió a contentarse.

Pablo dijo, “Haced todo sin murmuraciones (acerca de las cosas) y contiendas (con personas), para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo” (Fil 2:14). El mundo se puede quejar, pero los creyentes no.

Santiago puso su vida en perspectiva eterna cuando añadió, “He aquí el juez está delante de la puerta.” Dios toma Su Palabra muy en serio, “todos los que vieron mi gloria y mis señales que he hecho en Egipto y en el desierto, y me han tentado ya diez veces, y no han oído mi voz, no verán la tierra de la cual juré a sus padres; no, ninguno de los que me han irritado la verá” (Núm 14:22).

Debemos vivir como si Jesús, el Juez, estuviera fuera de nuestra casa escuchando nuestros pensamientos y esperando encontrar algo para poder alabarnos. Démosle a Él pensamientos puros de confianza y agradecimiento por todo lo que Él ha decidido proveernos y por cómo Él nos dirige en nuestro peregrinaje.

Me temo que tengo una gran tendencia, querido Señor, de quejarme y reclamar cuando pienso que otros deberían saber que están haciendo mal.  Por favor, pon dentro de mí una aguda sensibilidad para calmar esos malos deseos antes de que yo comience a hablar mal.

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