Marzo 30. Hagan todo para la gloria de Dios.

I Cor 10:31 “Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo~~ todo para la gloria de Dios.”

Durante el tiempo del Antiguo Testamento, Israel deshonró tanto a Dios que Él permitió que fuesen capturados y dispersados vergonzosamente por todo el Medio Oriente, principalmente para “santificar mi grande nombre, profanado entre las naciones, el cual profanasteis vosotros en medio de ellas; y sabrán las naciones que yo soy Jehová” (Ez 36:23).

La palabra “gloria” significa algo “impresionante, importante o radiante con esplendor”. La iglesia debe ver el mundo así: “Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios” (He 12:2).

Jesús aceptó la vergüenza como parte del propósito de Dios. Con ese ejemplo, debemos estar dispuestos a ser ridiculizados, despreciados y rechazados por la forma como vivimos y por lo que creemos, sin ceder a la presión que ejerce nuestra cultura.

La clave del método de Cristo para glorificar a Dios está en Juan 17:4, la víspera a Su crucifixión dijo: “Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese.”

Nuestra vida es una vida de propósito y sumisión para cumplir la agenda de Dios y traer renombre a Dios y no a nosotros mismos. “Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús…” (Col 3:17), no para construir tu nombre, fama, respeto, sino para construir la honra y reputación de Dios.

Deberíamos, entonces, glorificar a Dios por medio de lo que “comemos o bebemos”: Estar dispuestos a sacrificar nuestro derecho a cualquier comida cuestionable si eso diferencia nuestro ministerio, aun teniendo el derecho bíblico de consumirla.

Dios es glorificado cuando nos humillamos y sometemos a las preferencias de otros. Pablo escribió, “habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1 Co 6:20).

Si Dios es glorificado por mi disposición a renunciar a mis derechos, entonces debo considerarlo un privilegio, especialmente si eso motiva a otros a seguir caminando con Cristo y aprendiendo de Su Palabra. ¿Qué has dejado por Cristo?

Amado Señor, es mi privilegio renunciar a mis derechos a fin de cumplir las tareas que me has asignado hacer en esta tierra.  Ayúdame a honrarte estando dispuesto a sufrir la misma vergüenza que sufriste Tú al morir en la cruz.

 

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