Lucas 12:15 “Y les dijo: Mirad, y guardaos~~ de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee.”
Las enseñanzas cristianas del primer siglo incluían advertencias contra los siete pecados capitales: Ira, avaricia, pereza, orgullo, lascivia, envidia y glotonería. Todos son corruptos e insaciables, prometen satisfacción, pero el alma nunca se contenta.
La avaricia entra camufladamente a nuestras vidas, como una ambición inocente de ser el mejor, pero esa máscara esconde el deseo de ser: más rico, más famoso, y poseer más o mejores cosas que todos los de nuestro círculo de amigos o conocidos.
Es una búsqueda de aceptación, respeto u honor motivada por creer que es la única forma de encontrar satisfacción y éxito en la vida. La avaricia usurpa el lugar de Dios en nuestra vida, y es tentadora aunque es mal substituto.
Cuando le preguntaron a Jesús acerca de una herencia, Él sabía que ese hombre estaba ansioso por poner sus manos sobre las riquezas que creía necesitar y que le correspondían. Jesús aprovechó la ocasión para explicar el vicio que pone a nuestros corazones en contra de la voluntad y propósito de Dios.
Presenta dos mandamientos para no ser engañados o cegados: “Estar continuamente poniendo atención” o “percibir con la mente”; y, “mantenerse continuamente en guardia” o “estar conscientes” de las trampas o vicios de codicia o avaricia, (constante deseo o sed de poseer más y más).¿Cómo puedes saber si la avaricia ha hecho raíz en tu corazón?
El primer síntoma es el descontento con lo que tienes y el deseo de sacrificar todo o a todos para adquirir más. Tan pronto se adquiere un artículo estás ya pensando en algo más que necesitas.
El segundo síntoma es el enojo que sientes cuando alguien te impide adquirir lo que piensas necesitar para ser feliz. Cuando crees que necesitas una gran cuenta bancaria para sentirte seguro de tu futuro y un predicador menciona el diezmo o la generosidad, tus emociones se encienden.
La ira es una reacción a algo o alguien que interfiere con lo que piensas necesitar para tu seguridad o éxito. ¿Te resientes cuando alguien pide tu ayuda?
“Amado Dios, gracias por darme todo lo que necesito para vivir de acuerdo a Tu voluntad. Gracias también por todas las maravillosas cosas que gratuitamente nos has dado para disfrutar. Ayúdame a nunca querer más de lo que Tú quieres que tenga.”