Fil. 4:6 “Por nada estéis afanosos~|, sino sean conocidas~~ vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias.”
En un mundo donde la Cristiandad era perseguida como secta peligrosa y era común perder posesiones e incluso la vida (Pablo escribía desde la prisión) parecería ridículo el mandamiento “no se preocupen por nada”.
Sin embargo, debemos dejar de preocuparnos por cosas sobre las cuales no tenemos control.
“Nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo” (Filipenses 3:20). Cuando meditamos en este concepto, vemos la realidad, lo valioso, y nuestras emociones se ubican.
Jesús dijo, “si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto. El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará” (Jn 12:24-25).
Renuncia a cualquier reclamo en tu vida, rindiéndola completamente a Jesús; tu vida pertenece a Dios, Él puede hacer lo que quiera con Su propiedad. Eso es libertad.
Pablo dio la solución para sus “ansiedades”: Orar “sin cesar” (1 Tes 5:17), “con acción de gracias”. Cuando Dios condenó nuestra pecaminosidad, describió a la humanidad diciendo, “no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias” (Ro 1:21) llevándolos a otros pecados graves.
Agradecer es expresar confianza en Su cuidado providencial, aunque eso implique ser alimento para los leones.
El remedio es: Oración, súplica y peticiones a Dios. Debemos compartir con Dios nuestros sentimientos más íntimos. Él sabe lo que sucede, pero quiere que le expresemos nuestra confianza y agradecimiento: “Echando toda vuestra ansiedad sobre Él, porque Él tiene cuidado de vosotros” (1 P 5:7).
El pecado (no la enfermedad) de ansiedad es no confiar en el control de Dios y en Su sabiduría absoluta. El agradecimiento brota de una fe confiada en Su control. ¿Puedes agradecerle por tus dificultades? ¿Por tu familia? ¿Por tu salud?
Piensa cómo puede ayudarte esta fe a madurar y crecer en la sencillez de una vida de fe y obediencia. Descansa en esta promesa: “A los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien” (Ro 8:28).
“Te alabo porque en todo momento, de día o de noche, puedo correr a Ti con cualquier preocupación, y Tú estás ahí para escucharme y ayudarme. No debo estar ansioso ni preocupado. Puedo descansar en Ti en los tiempos difíciles.”