2 Cor. 5:20 Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos*~ (¡háganlo ya!) con Dios.
Ser embajador es el más alto honor diplomático que representa a una soberanía extranjera en otro país. Su misión es asegurarse que el país extranjero entienda los valores de su país en todos los asuntos.
Aunque Pablo era físicamente ciudadano de Roma, tenía doble ciudadanía con la de la nación celestial, igual que todos los creyentes. “Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios” (Ef 2:19).
Somos “embajadores de Cristo” y debemos representar a nuestro Rey soberano en un mundo hostil. Quienes llegamos a ser “embajadores” fuimos receptores de Su gracia: “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación” (2 Co 5:19).
“Reconciliar” significa cambiar una relación de enemistad en una de amistad. Cuando una de las dos partes es el Dios santo, horriblemente ofendido por nuestra pecaminosidad, que solo la muerte física del Dios-Hombre Jesucristo podía apaciguar Su ira por nuestro pecado, esta reconciliación se vuelve exponencialmente más grande.
¿Puedes imaginar que tu sentencia de pasar la eternidad en el infierno fue cancelada de forma justa al imponer Dios una pena muchísimo mayor sobre Su Hijo amado para satisfacer Su ira contra el pecado? Dios es justo, y desea perdonar todos los pecados porque la deuda ya fue cancelada para todos los que deseen.
Tal como Jesús anunció Su regalo de salvación, así nosotros debemos permitir que “Dios (haga) Su súplica a través de nosotros”, “y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos [Gentiles y judíos] en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades.
Y vino y anunció las buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos, y a los que estaban cerca” (Ef 2:17).De eso se trata. “Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador” (1 Tim 2:3).
Nuestra misión en la vida como Sus embajadores es “la obediencia a la fe en todas las naciones por amor de su nombre” (Ro 1:5). Representemos fielmente hoy Su interés por las personas.
“Hazme consciente de mis pecados que te llevaron a la cruz; quiero ser Tu embajador para llevar el evangelio de la reconciliación a todos los pecadores del mundo.”