Santiago 4:9 “Afligíos*~, y lamentad*~, y llorad*~. Vuestra risa se convierta*~ en lloro, y vuestro gozo en tristeza.”
Un evangelista de la vieja guardia decía, “Tienes que hacer que el pecador se sienta enojado, triste, y luego contento”.
El evangelismo contemporáneo elimina las dos primeras emociones diciendo que son psicológicamente peligrosas; y, a cambio, enfatiza lo mucho que Dios ama al pecador.
El pecador egoísta cree que, después de todo, no es tan malo, ya que Dios lo ama. Luego repite una oración, como si las palabras exactas fueran la fórmula para la salvación. Después lo presentan públicamente como nuevo convertido, le bautizan y llega a ser miembro de la iglesia, pero sigue pensando que es bueno.
Algo falta en este cuadro. Él va a la iglesia pensando que es bastante bueno, aprendió que Dios le ama, pero no tiene ningún cambio. Piensa que mientras siga siendo bueno y sea aceptado por la iglesia, irá al cielo. Los mandamientos de Santiago 4:9 muestran el elemento que falta en la mayoría de Cristianos. ¿Alguna vez te quebrantaste sinceramente por tu continuo pecar?
Que nos “aflijamos”, significa, “inmediatamente decídete a sentirte miserable, lamentar o llorar”. Juan escribió a la iglesia de Laodicea, “Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo” (Ap 3:17).
La NVI traduce 2 Co 7:10 así, “La tristeza que proviene de Dios produce el arrepentimiento que lleva a la salvación, de la cual no hay que arrepentirse, mientras que la tristeza del mundo produce la muerte”. ¿Cuándo fue la última vez que lloraste por tus pecados?
“Vuestra risa se convierta en lloro y vuestro gozo en tristeza”. ¿Te molestan tus pecados? Santiago no está prohibiendo la risa o el gozo legítimos, más bien prohíbe los entretenimientos turbios, sensuales, mundanos, que pasan por alto el pecado, en los cuales se deleitan los incrédulos.
Enseña que se aflijan de “los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida” (1 Juan 2:16). Nunca pierdas tu sentido de indignidad. La gracia y misericordia de Dios son nuestro refugio.
“Siento mucho por lo frecuente que dejo de obedecerte. Me duele hacerte daño después de todo lo que has hecho por mí. Nunca podría merecer Tu gracia; gracias por darme, sin merecer, Tu misericordia.”