Romanos 14:20. “No destruyas~| la obra de Dios por causa de la comida. Todas las cosas a la verdad son limpias; pero es malo que el hombre haga tropezar a otros con lo que come.”
¿Qué motiva a un hermano nuevo o más débil a renunciar y volver a una conducta pecaminosa? Para algunos, cualquier excusa vale. El creyente maduro busca vivir “irreprensible” (1 Tim 3:2) para nunca convertirse en pretexto para volver al pecado.
Pablo establece las bases para las relaciones en la iglesia: “Esforcémonos por promover todo lo que conduzca a la paz y a la mutua edificación” (Ro 14:19). “Solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” (Ef 4:3).
Los cristianos romanos hacían justamente lo opuesto. Les dijo “paren o cesen de destruir la obra de Dios por causa de la comida”. Tal como en Corinto, donde ¡“sus reuniones traen más perjuicio que beneficio”! (1 Co 11:17 NVI). El mandamiento de “no destruyas” implica que ya estaban destruyendo. Parece ridículo que destruirían la iglesia por comer ciertas comidas. Algunos alardeaban su derecho de comer todo, mientras otros eran inflexibles criticando y juzgando a quienes comían comida indigna del nombre de Cristo.
Ambas posiciones eran igualmente pecaminosas. “Todas las cosas son limpias”. Dios declaró que era comida “limpia” porque los ídolos hechos por hombres eran nada. “Lo que Dios ha purificado, tú no lo llames impuro” (Hechos 10:14-15). Diez años después de la ascensión, Pedro aún no se sentía libre para comer ciertas comidas, ¡a pesar de haber recibido ese mandamiento específico de parte de Dios Mismo! Aparentemente, muchos en la iglesia de Roma eran como Pedro, despiadados con los creyentes gentiles.
Pablo condenó esta forma egoísta de pensar y la llamó “malvada” y concluyó, “Más vale no comer carne ni beber vino, ni hacer nada que haga caer a tu hermano” (Ro 14:21). El principio va más allá de solo comer carne. “Pero lo que comemos no nos acerca a Dios; no somos mejores por comer ni peores por no comer” (1Co 8:8 NET).
No podemos mejorar el regalo de justicia de Dios. Cuando juzgamos y creemos que somos más espirituales que otro por nuestras prácticas, nos engañamos a nosotros mismos y traemos castigo sobre nosotros.
“Gracias por amarnos a cada uno hasta el punto de dejar la gloria de ser Dios para salvarnos. Con la misma actitud, busco Tu guía para no ser el causante de que un hermano peque por mi libertad en Cristo.”